lunes, 27 de diciembre de 2010

Sinfonía

La vida está llena de coincidencias misteriosas; un día tienes una charla extraña con un perfecto desconocido y otro día, esa misma persona, desnuda su alma ante ti, sólo con una mirada. La primera vez que lo encontré, no fue muy diferente a esta, salvo por el final que fue fácil de adivinar. En esa ocasión, después de nuestra pequeña plática, lo sometieron, lo interrogaron y seguramente lo hicieron más miserable de lo que era, pero procuraron preservar su vida física, no obstante su alma ya no tenía remedio, podrida y agusanada. Ahora, sólo bastó una sonrisa y una mirada para poder entregarlo directamente a los tiernos brazos de su destrucción.

No cabe la menor duda, de quién fue el primer tiro que se escuchó. Certero, único, pero muy escandaloso, me extraña que no hayan cerrado la puerta, seguro se trató de una de esas estrategias ridículas del Sr. Salas, para ganarse la confianza de esa mujer. Absurdos los dos. Fue maravillosa la manera en que mis amados compañeros comenzaron a gritar cuando se escuchó el primer disparo, pues muchos de ellos tienen recuerdos dolorosos relativos a las armas de fuego; las detonaciones posteriores, convirtieron sus cabezas en un aquelarre. No pude evitar reír como desquiciado. Mala idea, pues me trataron como tal, no puedo recordar la última vez que me divertí tanto, hasta olvide el duelo de mi viejo desconocido. Nos llevaron a todos a nuestros cuartos, pasó un médico a revisarnos a cada uno de nosotros, el muy estúpido me diagnosticó crisis nerviosa y me inyectaron un calmante. No me negué, pues a veces sus placebos son como ambrosia y ayudan al buen sueño.

Mañana habrá interrogatorio, como cada que pasa algo así: -¿Habló con usted algún extraño? ¿Qué le dijo? ¿Notó algo raro en el señor?

Tinta y un cuaderno ¿Pueden acaso ser mejores que mi carbón y los despojos de unas hojas? No lo creo, todo ha de ser como su dueño. Mi querido Doctor, las cosas que yo deseo usted no me las puede dar. Me gustó su disposición, me enajenó su juventud; creo que mañana, si es que corresponde hablar con usted, será un día maravilloso para que platiquemos de mis temores. Si tenemos suerte nos podemos ver reflejados mutuamente. ¿Me ofrecerá tener la puerta abierta? ¿Tendrá en su mesa el bolígrafo y el cuaderno que prometió? ¿Me pedirá que charlemos sobre la loca adicta al sexo, que no puede ver más allá de lo que come? No lo sé, puede que esta misma noche, mi querido Doctor, este deseando nunca haber pisado este lugar, quizá quiera huir, quizá recordó una vieja culpa que lo amarga, pero ese mismo pesar le dará fuerza para quedarse con nosotros, tiene una antigua y dolorosa deuda que saldar con él mismo.

¿Qué pueden hacer tres caballeros en el baño? Dos se observan y uno cuida. Ese es el enigma. Los de abajo tenemos que compartir el baño, los de arriba disfrutan de baños individuales. La habitación de mi querido Doctor es una de las que tienen tina, sólo espero que no se relaje demasiado si la usa, ha habido quienes no han podido salir del éxtasis de las burbujas y del agua tibia.

Hoy este lugar en verdad parece un manicomio, nadie dormirá esta noche por su propia voluntad, los melodiosos aullidos y gritos de mis compañeros hacen una sinfonía maravillosa para los oídos de los que la queremos escuchar, los perros forman parte de la orquesta, las aves nocturnas también exigieron su lugar. El eco de la pistola sigue sonando en las gargantas de muchos y los lamentos son tan contagiosos como cualquier virus.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Sesión roja...

Por fin conocí al nuevo doctor, y en verdad me llevé una agradable sorpresa. No sé bien qué le pasó al anterior... pobrecillo, corren rumores de que lo acabó un paciente del pabellón de los maniáticos, uno con nombre raro que de vez en cuando he visto en los jardines y en el comedor; a veces me ha dado curiosidad de acercarme a él, siempre me ha dado curiosidad la gente loca, pero él se ve más raro, no es sólo un loco que mata o golpea, es como la noche, oscura y tranquila, pero guarda secretos que en cualquier momento pueden salir. Bueno, a lo que iba, conocí al nuevo doctor, el doctor Salas. Por un lado le agradezco al señor con nombre raro el haber echado de aquí al viejito encargado de mis terapias, digo, no era un mal médico, ni nada, pero ya estaba aburrida de que un abuelo juzgara mi vida y mis pensamientos, se creen tan sabios los ancianos. El nuevo, como todos por aquí le dicen, es joven y, bueno... tiene un cabello negro sedoso y lacio, unos ojos grises profundos, unos labios gruesos, casi femeninos, su cuerpo... pues, no atlético, pero sí bien formado: unos brazos fuertes se dejaban ver detrás de su camisa, lo mismo que un abdomen plano y, cuando entré, y él estaba de pie, pude ver la silueta de unas bonitas nalgas, de esas apretables y musculosas. Ya era hora de tener un terapeuta así.

Mi día fue común, desperté, tomé un baño con el resto de las mujeres del pabellón, y fuimos a desayunar. Estuvo horrible, como siempre, aunque últimamente la nutrióloga se ha compadecido de mí, y me ha dado permiso de comer algunas de las cosas que comen los demás. Me dieron un tazón de leche con avena, enorme, casi no podía terminarlo, un plato de vegetales cocidos y una manzana. Odio los vegetales cocidos, me recuerdan los días en que era ló único que comía, cuando todo esto comenzaba. Nunca quería bajar a comer con todos, me daba mucho asco, así que mamá le ordenaba a Graciela que me subiera un enorme plato de vegetales cocidos y que no se fuera de mi cuarto hasta que me los acabara. Esta mañana al comerlos tuve una ligera sensación de vomito, pero lo soporté, no echaría a perder las concesiones que ya me ha dado la gruñona nutrióloga que me tiene a su cargo. Después del desayuno, estuve un rato en mi habitación dibujando los gatos que se alcanzan a ver en el jardín desde mi ventana; aún me falta mucho. Dibujar es una de las pocas cosas que me gusta hacer aquí, y que los médicos aprueban, por supuesto. Llegó la hora de la sesión con el nuevo médico. Mi querida Elena fue a avisarme que era mi turno, entró a mi habitación y, estando yo aún sentada en mi escritorio, me susurró con una leve sonrisa - el guapo me mandó por tí -, mi corazón latió rápido, me levanté, me sonreí, me acomodé el cabello rápidamente, me puse mi brazalete rojo con corazoncitos y caminé con soltura para llegar pronto.
Ya con el Doctor, se presentó cortesmente y me hizo algunas preguntas de rutina; yo lo escuchaba y respondía, pero en realidad, estaba escrutándolo con la mirada y, aunque trataba de disimular, creo que él se daba cuenta.
De pronto, y con cierta violencia, entró un tipo sudoroso balbuceando un montón de cosas patéticas; después enloqueció y amenazó al doctor con un taladro que traía. El ambiente se tornó tenso, me quedé estupefacta unos segundos, y después observé bien el rostro del tipo del taladro... sabía que lo había visto antes, es el tipo que arreglaba las instalaciones eléctricas en la heladería la última vez que Armando me acompañó al pueblo a comprar helado (ese delicioso helado de menta que siempre añoro). Recordé que a veces Armando hablaba con él cuando íbamos al pueblo, y otras veces sólo estaba presente, parando la oreja para escuchar lo que decíamos.
El doctor también parecía un poco enloquecido, sus ojos grises se inyectaron de sangre; cuando me dí cuenta ya tenía un arma en la mano, y de pronto ya le había disparado. De un momento a otro regresó en sí, se levantó, y quize asegurarme que no nos fuera a disparar también a Elena y a mí, así que traté de hablarle lo más amablemente que pude, seduciéndolo un poco, para calmarlo. Me llamó linda, yo sonreí y salí de ahí con Elena.
Esto fue muy extraño... pero hay una persona que puede aclarármelo todo: mi querido Armando; lo interrogaré la siguiente semana, en mi paseo por el jardín trasero, quizá lo alcance en su turno de la tarde.

sábado, 11 de diciembre de 2010

04 de abril, un extraño, misterioso y desafortunado suceso

Hoy fue mi primer día de trabajo, y por un momento pensé que sería el último. No sé si ya me repuse del todo de los acontecimientos recientes, la verdad es que aún me siento muy nervioso. Trataré de explicar qué fue lo que pasó.

Para comenzar, tuve un extraño sueño en el que unas pequeñas serpientes con patas —algo así como iguanas, pero que se arrastraban en lugar de andar sobre sus patas— se comían a los roedores que encontraban en unas como lagunas, y luego de comer se volvían una especie de dinosaurios pero pequeños, y caminaban hacia el agua transparente y se sumergían en ella. En realidad el sueño no tiene mucha importancia, pero desperté algo maravillado y a la vez confuso por mi sueño. Luego me dirigí a la cocina del hospital para tomar un desayuno, ese era el día en que debía comenzar a trabajar, no era bueno hacerlo con el estomago vacío.

Posteriormente tomé el expediente de los pacientes con los que iba a entrevistarme hoy. Uno tenía un nombre muy extraño, por lo que me causó cierta curiosidad y revisé su expediente antes que todos los demás. Espino Tellini, posible maniaco depresivo, no es agresivo y no se considera peligroso. Sin embargo, ha sido él la causa de que muchos doctores deserten de este hospital. El doctor Paz me dejó una nota junto con el expediente, la nota decía “confiamos en que usted, por ser joven, tenga la paciencia para lidiar con él”. El expediente no dice nada más, se sabe poco de él y al parecer no se sabe con precisión por qué está aquí. La paciente se llama Violeta Nájera. Ella sufre problemas de anorexia, también parece ser Hipersexual. Es una muchacha joven, y parece que su rehabilitación está muy avanzada. Es una de esas pacientes de familia adinerada que vino a parar aquí sólo por el renombre del hospital. No creo prudente anotar aquí todo el expediente, puesto que ya hay un papel aparte que se puede adjuntar a mis notas en caso de ser necesario. Así que con esto bastará.

Me dirigí a la habitación donde se suscitaría la entrevista. Había una mesa redonda, y algunas sillas. La mesa estaba fija al piso y no podía moverse, las sillas son de aluminio y están completamente recubiertas con hule espuma. El cuarto está bien iluminado y ventilado. Hay una ventana abarrotada que muestra los jardines. Es una de las habitaciones de la planta baja. Fuera de la mesa y las sillas no hay nada más en la habitación. Las luces eléctricas se encienden de manera automática al entrar, así que tampoco tiene un apagador en las paredes, tampoco hay ningún adorno o fotografía. La puerta es de metal, aunque por dentro está recubierta también con hule espuma y cierra perfectamente, de manera que no deja ningún borde entre la pared y ésta. Al cerrarla es como si la pared fuera continua y tal puerta no existiera. Por dentro se puede abrir con un control remoto que previamente me dio el doctor Paz.

Entré a la habitación y pedí a una enfermera que llevaran allí a Espino Tellini. La enfermera lo solicitó con su radio comunicador y a los pocos minutos llegaron un par de custodios con el paciente. Cuál sería mi sorpresa al descubrir que no era otro que el paciente que había visto el día anterior salir de los jardines. Un custodio era alto y corpulento, el otro era más bajo y delgado, pero ambos se veían ágiles y fuertes, así que me sentí muy seguro no obstante que Espino es un hombre alto. Se puede decir que delgado, sin llegar a ser flaco. Tiene una desaliñada barba y los cabellos revueltos. No estaba sucio, pero lo parecía por su aspecto tan descuidado. Es una persona intimidante, ciertamente, sobre todo por esa mirada penetrante, esa mirada que sostiene con cierta ostentación y autoridad, como diciendo “no tengo miedo”. Entraron en la habitación él, los custodios y una enfermera y cerraron la puerta tras de sí. Posteriormente supe que esta enfermera se llama Elena y que va a estar a mi servicio, algo así como mi enfermera de cabecera, ella atenderá sólo a los pacientes que estén a mi cargo.

—Siéntese, —Le dije amablemente a Espino— me gustaría conversar con usted. ¿Cómo se siente el día de hoy?
—Igual que todos los días, ¿acaso hay una diferencia entre un día y otro? —Respondió.
—Ciertamente, todos los días parecen iguales, pero no deben serlo. Pero dígame ¿cuál es su nombre?
—Espino Tellini, tengo 58 años, soltero, sin esposa ni hijos, no tengo padres ni hermanos, y llevó aquí encerrado mucho más tiempo del que puede imaginar. ¿Algún dato le hace falta, doctor? Supongo que todo eso lo sabe de antemano por mi expediente.

Respondía con cierta pesadez, pero no era ni descortés ni sarcástico, al menos no me lo pareció. Tenía una manera muy apacible de hablar y un tono muy amable. Incluso su pregunta no pareció retadora, más bien aburrida.

—Sí, —respondí— todo eso lo sé. Sólo que me intriga su nombre. ¿Tiene usted algún otro nombre?
—No
—¿Es ese su nombre real?
—Lo es.
—¿Conoce el significado?
—No, sólo me llamo así, así me conocen todos, no hay por qué dudar de su autenticidad.
—Muy cierto, muy cierto. —Le dije, y una sonrisa se dibujó en mi rostro, y él a su vez también sonrió— No es que dude de usted, era sólo curiosidad. De verdad, jamás había escuchado ese nombre en mi vida. Y dígame ¿qué le gusta a usted hacer?
—Ah, ya entiendo, —me dijo— es usted uno de esos doctores que juegan a ser amigos de los pacientes ¿verdad? He conocido muchos doctores en este hospital. Ya sé muchos de sus trucos.

La respuesta no me sorprendió, me pareció, más bien, divertida. Así que sonreí y esta vez también el sonrió, pero ahora su sonrisa parecía burlona, una sonrisa que tenía un dejo de maldad. Proseguí.

—Hombre, yo no estoy jugando. Sé que tal vez el ambiente no sea muy propicio para una conversación, sobre todo —bajé la voz y me acerqué un poco hacia él, como susurrando un secreto— con este par de gorilas aquí, —y dirigí mi mirada a los custodios— sin embargo, no puedo desacatar las reglas del hospital. ¿Gusta algo de tomar?
—Estoy bien, gracias. Así que, usted es el nuevo ¿eh? Me gustaría relatarle algo.

Me contó un extraño sueño (o yo pensé que era un sueño) sobre unas diminutas criaturas que lo visitaban en su cama y que se comían los restos de su piel muerta que él les ofrecía. Luego me mostró unas hojas que tenía escritas con carbón, donde tenía escrito su sueño. La narración se veía interrumpida, quizá continuaba pero no me quiso mostrar el resto. Luego de leer quise bromear con él.

—Vaya, puede ser que por esas criaturas su piel se vea tan joven.

El se quedó taciturno un rato, luego dijo con una voz lúgubre.

—Puede ser.

Estuvimos hablando un poco más de asuntos sin importancia. El clima, el hospital, la comida. Durante todo el tiempo de la entrevista, Espino me estuvo mirando fijamente, sin apartar la vista ni un solo instante, como si mirara a un punto fijo, pero cuando yo me levantaba y caminaba él me seguía con la mirada. No se levantó, no hizo nada más que responder. Al final me despedí de él.

—Es todo por el día de hoy, señor Tellini. Creo que es hora de su paseo en el jardín. Cuide mucho a sus criaturas, aliméntelas bien. Ah —volví a hablarle como en secreto — y si se porta bien conmigo, haré que le consigan un bolígrafo y un cuaderno, para sus notas. Por favor, acompañen al señor Tellini.
—¿Acaso me cree tan peligroso para enviarme a estos dos custodios? —me dijo.
—Nada de eso, lo acompañará sólo uno y eso sólo porque es una política del hospital, si por mi fuera lo dejaría ir solo, no creo que vaya a perderse.

Hice una seña para que lo acompañara el custodio más corpulento y el otro se quedó ahí, mirándome con una cara de expectación e incredulidad. Posteriormente pedí al custodio que trajera a Violeta y éste salió con Elena.

Ambos regresaron en breve con la paciente, aunque el tercer custodio aún no volvía. Le pedí que se sentara, y la enfermera se sentó a su lado, yo me senté frente a ambas. Violeta caminaba con un aire pomposo. Se sentó y me miró de una manera un tanto coqueta. Ella parecía una mujer atractiva aunque su mirada era algo desconcertante. Como no me pareció necesario cerrar la puerta, pedí que permaneciese abierta, aunque el custodio se quedó parado a su lado. Comenzó la entrevista.

Apenas tenía unos pocos minutos platicando con Violeta cuando entró corriendo en la habitación un hombre, alto, un tanto obeso, de unos 40 años. Venía vestido con un overall color crema, un cinturón de herramientas del que colgaban desarmadores, pinzas y un taladro inalámbrico. El hombre parecía ser de mantenimiento. Tenía la cara pálida, parecía desesperado, traía un martillo en la mano. Se puso detrás de las muchachas y ahí se detuvo, se me quedó viendo.

—Buenas tardes ¿usted es?
—Ah, sí, yo… soy de mantenimiento… vine a cambiar la lámpara —dijo, entre tartamudeando y con la voz entrecortada por el cansancio de la carrera.
—Pero la lámpara está bien, gracias, aquí no lo llamamos.
—Sí, aquí… yo… sí, aquí.
—¿Podría por favor usted darme ese martillo?
—Sí, claro… aquí… tenga.

Al decir eso yo me levanté, caminé hacia él y él hacia mí. Me entregó el martillo que tenía en la mano y supe que algo no estaba bien. Él respiró profundo varias veces hasta lograr controlar su ritmo cardiaco. Yo traté de hacer una seña a la enfermera para que sacara de ahí a Violeta, pero ella no entendió. El custodio se quitó de la puerta y fue a mi lado con movimientos tranquilos, como si no pasara nada. El hombre, más tranquilo, comenzó a hablar.

—Lindo día ¿eh, doctor? ¿Sabe? Últimamente me he preguntado si vale la pena vivir. Estoy solo, me dejó mi esposa, tengo una adicción al alcohol. No sé… la vida es pésima. Mi trabajo ni me gusta.
—No debería tomarse las cosas tan en serio, hombre, —le dije— aunque aquí no es la situación más propicia para hablar, si permite que se retiren las señoritas podríamos platicar más a gusto.
—No, —gritó él y tomó su taladro inalámbrico en la mano, el taladro tenía una broca larga y gruesa. Él, tomándolo como si fuera una pistola, comenzó a hacer girar la broca con un gesto amenazador. —nadie sale de aquí.

Luego se acercó a la ventana. El custodio intentó acercarse, pero se puso frenético y comenzó a gritar “no te acerques a mí”, mientras lo amenazaba con su taladro. Yo grité al custodio “tu arma, dame tu arma”. Él me dio una pistola pequeña, delgada, con el cañón muy largo. No sé exactamente por qué pedí esa arma, tampoco sé por qué el custodio me la dio. Supongo que ambos pensamos que él no tenía la fuerza suficiente para someter solo al hombre. El otro custodio aún no había llegado. El hombre se sentó en el piso, llorando dijo “déjenme solo”. Yo me acerqué a él de manera cautelosa, pero con el arma apuntando a su cabeza. El custodio estaba algo más alejado, sostenía un arma más grande en su mano y apuntaba al pecho del hombre. Le dije “por favor suelte ese taladro”. El seguía llorando y gritando en el piso. Luego dijo “lo quiere, tómelo” y trató de herirme. En ese momento yo disparé y una bala impactó el cráneo del hombre… éste tomó el taladro y se comenzó a perforar el estómago. Entonces el custodio disparó varias veces hasta que aquél hombre quedó sin vida…

Yo quedé estupefacto. No sabía exactamente qué había pasado. El custodio se acercó a mí y me dijo “no se preocupe”. Luego Violeta me miró con una cara coqueta y me dijo con una voz un tanto infantil “A nosotras no nos va a matar ¿verdad, doctor?”, “no, cariño, a ustedes no” dije y luego salió caminando de la habitación con la enfermera y el custodio. Personal de seguridad había entrado en la habitación. Yo ni siquiera me di cuenta del momento en el que el custodio me quitó el arma de las manos. Alguien me condujo a mi habitación y ahí me quedé sentado en la cama. Creo que me quedé dormido. Luego de un rato volvió a mí la conciencia y recordé lo sucedido. Pensé que todo había terminado, así que comencé a empacar mis cosas…

Aún me sentía algo intranquilo y paranoico. Ya tenía todo empacado y me senté y me quedé viendo a un punto fijo. Entonces entró un hombre vestido de traje a mi habitación, yo me levanté y apreté los puños. Tras él entró el doctor Paz.

—Doctor Salas, —me dijo— permítame presentarle al doctor Smith. Él es el director de nuestro hospital. Y quiere hablar con usted.
—Lamento —comenzó a hablar el doctor Smith con una voz pausada y apacible— conocerlo en estas circunstancias, doctor Salas. Pero supongo que habrá tiempo de que nos conozcamos mejor… pero ahora quiero hablarle de los sucesos de la tarde.
—Ya empaqué mis cosas, —le dije— estoy listo para partir en cualquier momento.
—Es una lástima que quiera irse tan pronto. —Prosiguió el doctor Smith— Nosotros no lo responsabilizamos por la muerte de ese hombre… más aún no tenemos intenciones de pedirle que se vaya. A mí me gustaría que conservara el empleo. Pero lo que vengo a hablar con usted, aunque sí tiene que ver con el incidente, es de otra índole. Resulta que el sujeto que interrumpió su sesión con la señorita Nájera era un total desconocido. No trabajaba aquí, tampoco era un paciente. La policía vino a investigar y hasta el momento no se ha podido identificar al cadáver. Lo más extraño de todo es que no sabemos cómo pudo entrar ese sujeto, los videos de seguridad no tienen registro alguno de él ni en la puerta de entrada, ni que haya bajado de algún automóvil en el estacionamiento. Hay pocas probabilidades que haya saltado la barda, y aún así las cámaras lo habrían visto. La única pista que se tiene es que los videos lo comenzaron a gravar saliendo de un sanitario, lo más extraño es que en este sanitario justamente había entrado el señor Tellini, su paciente, en compañía de su custodio. Parece que cuando salió de aquí el señor Tellini le dijo a su custodio que deseaba pasar al sanitario antes de salir al jardín. Posteriormente salió y fue acompañado al jardín por el custodio, por esa razón su custodio se vio retrasado. Pero inmediatamente después que salió Tellini salió del sanitario el sujeto vestido con ropa de mantenimiento y corrió sin detenerse hasta que llegó con usted. El resto de la historia lo conoce. Lo que yo quiero preguntarle es si Tellini le dijo algo a usted, algo que nos pudiera dar alguna pista. Nosotros tratamos ya de hablar con Tellini, pero no dice nada.

Toda esa historia me desconcertó. Me quedé pensando un rato, buscando en mi cabeza la conversación con el señor Tellini, que ya había olvidado por completo.

—Doctor Salas… ¿se encuentra bien?

La voz del doctor Paz me sacó de mis pensamientos.

—No… no hubo nada en la conversación con Tellini, nada fuera de lo “normal”… bueno, quiero decir, nada que pudiera indicar algo como esto.
—Muchas gracias, doctor Salas. —Dijo el doctor Smith— Nosotros no podemos obligarlo a que se quede aquí, doctor. Pero tampoco nos gustaría que se marchara. Es su decisión, pero si decide seguir trabajando aquí, estamos seguros de que será de gran ayuda. Y quien sabe, tal vez hasta nos pueda ayudar a resolver este problema. Sé que tal vez se sienta culpable por la muerte de ese hombre, pero quiero que sepa que ninguna responsabilidad tiene usted, el problema fue del personal de seguridad que no sabe ni cómo se metió aquí ese hombre. Lo dejo solo, esperaré su decisión. Tómese su tiempo. Y no se preocupe.

Luego de esto salió. El doctor Paz me dirigió una sonrisa mientras cerraba la puerta tras de sí. Y eso fue todo. Ahora estoy muy cansado y mi cabeza no deja de dar vueltas al asunto, así que no diré más. Tal vez mañana pueda tomar la decisión de partir o quedarme. Sin embargo ese tal Tellini…

viernes, 3 de diciembre de 2010

Sueños

Aplastado en mi cama, ignorando a las alimañas que se alimentan de mis células muertas; he leído que para esas maravillosas criaturillas, mi carne sin vida y seca es su alimento, es como servir un enorme plato de cereal sin leche; los pequeños orificios que tienen por boca disfrutan el crujir de las deliciosas hojuelas que les regalo cada día. En mi cama soy Dios regalando maná a mi pueblo, a mis hijos que se alimentan diario de mi carne, hacen la comunión y cumplen un sacramento. Mis pequeños pilluelos, los que se regocijan con mis despojos, son lo único que extrañaré de este mundo miserable. Que fácil cambio de parecer, primero me parecen despreciables y ahora ya estoy pensando en extrañarlas, es la eterna incongruencia de la vida humana.

Mi cama... hoy me dio un regalo celestial. Estaba recostado, con el cuerpo relajado, mirando hacia el techo con la mirada perdida. Dicen que cuando uno muere, el último sentido que se pierde es el oído y el primero la vista. Miré con profundidad, la mirada dejó de estar perdida, me concentré para intentar perder mis sentidos. Deje de sentir con mi piel, dejé de percibir el aroma de mi sudor, el sabor de mi saliva desapareció, no pude oír más y mis ojos permanecieron intactos.

Al contrario de toda las teorías que se saben, conservé mi vista en el umbral de mi muerte. La luz se desvaneció poco a poco empezando por las orillas, parecía una macabra caricatura que llegaba a su fin. Lento, todo se daba muy lento, estaba muriendo. Maldita sea mi cobardía, me arrepentí, pero la luz en mi ojos continuaba agotándose, ya no quería morir. Empece a llorar y a gritar, estaba aterrado y la oscuridad seguía apoderándose de los colores. No pude más y perdí el conocimiento.

Desperté en mi cama, con manchas de sangre y la conocida marca de un sedante en mi brazo, un puntito rojo que delata un inyección cobarde, no estoy seguro si la sangre es mía, no importa. La muerte se negó de nuevo a ser mi acompañante, parece que nunca veré el sol que tanto anhelo. Hoy mis amguillos, mis compañeros de la cama, a la vez amantes, a la vez verdugos, notarán un sabor diferente en su maná. Hoy probarán el hierro y la sal, para sazonar el banquete que les ofrezco cada día.