lunes, 28 de febrero de 2011

Mustélidos

Siento un mustélido retorciéndose en mi estómago. Sus garras me lastiman y su cuerpo se retuerce libre para clavar sus dientes en una serpiente. Me ha quitado el hambre... sin embargo a veces me la provoca insoportablemente. Sé que estoy bajando de peso y no quiero ir más con la nutrióloga, me hará preguntas que no deseo ni puedo responder. Me asedia, y aquí no me puedo esconder en ningún lado, apenas he podido alegar que me siento mal y que no quiero levantarme de la cama. Enviaron al Dr. Salas a hablar conmigo, o al menos eso parece, porque no se había aparecido ya desde hace varios días. Se portó gentil conmigo, como tratando de comprenderme, o tratando de hacer que yo sintiera que me comprendía. No pude contestar sinceramente a sus preguntas, pero tenía que inventar un pretexto para mi estado de ánimo o podría sospechar de una recaída o de cosas peores y me prescribiría más tiempo en el hospital, cosa que debía evitar a toda costa.

-Es que mi hermano se fue del país... se fue muy lejos-
-y ¿cómo te hace sentir eso?-

Comencé a llorar, y en mis lágrimas iba una mezcla de sentimientos... nostalgia por mi hermano, miedo a ser descubierta, miedo a quedarme ahí toda la vida, miedo a salir de ahí y no poder reconstruirme, confusión por la violencia que comenzaba a ejercer yo misma sobre mí.

El doctor calló un momento, esperando pacientemente a que me tranquilizara un poco, pero como se dio cuenta de que eso jamás sucedería por mi voluntad, me dijo con voz serena:

-Violeta, escúchame, quiero que respires profundamente y que respondas a mi pregunta, ¿cómo te hace sentir eso?-

Apacigüé mi llanto -Me siento sola... más sola que nunca, siento que jamás saldré de este horrible lugar- solté un llanto histérico que anticipaba la última sentencia, la que más desgarraba mi alma -y lo peor es que creo... creo que aunque saliera de aquí, seguiría estando aquí... mi vida seguiría perteneciendo aquí, entre los gritos de todas estas personas, sus gritos mudos, que nadie se esfuerza por escuchar, ni usted, ni nadie- grité desesperadamente en forma de reclamo.

Con ese último grito los custodios se acercaron un poco temiendo que yo agrediera físicamente al doctor.

- Estamos cuidando de ti Violeta, en verdad queremos... quiero -corrigió mientras me lanzaba una mirada de complicidad - que salgas de aquí, que logres tener una vida felíz; aún eres muy joven, hay muchas oportunidades para ti allá afuera, recuerda que el mundo es el que tú quieres para ti, nadie más va a construirlo por ti, pero sí podemos enseñarte a hacerlo.-

En medio de mis lágrimas, como un estornudo, me vino al rostro una risilla burlona... no podía creer que él me dijera eso; "enseñarme a hacerlo", sonaba tan falso e idiota cuando venía de una persona que ni siquiera tenía una vida, alguien que se la pasaba encerrado en un hospital psiquiátrico, sin pareja, sin hijos, sin familia, evidentemente sin un mundo propio, sino sólo el mundo de los locos. Pobre Doctor Salas, yo lo compadecía más de lo que me compadecía de mí; yo estaba ahí a la fuerza, por necesidad, pero él, él estaba voluntariamente, en vez de estar en alguna gran ciudad recetando metformina a diabéticos, para después salir a cenar con alguna chica linda y dormir con ella toda la noche.
Me miró serenamente y trató de convencerme de que lo que me decía era verdad. Me hizo preguntas acerca de mi hermano y le dije lo que había hablado con él por teléfono. Después de un rato de conversación cambió de tema, a ese que yo no quería que llegáramos.

-Veo que has bajado de peso, Violeta-
-He comido todo lo que me han dado- dije parcamente.
-Lo sé- anotó algo en su libreta y después prosiguió -¿has experimentado pérdida de apetito?-
-Un poco, pero ya le dije que he comido todo, si he bajado de peso no es mi culpa-
-Tranquila, no tienes por qué alterarte, es sólo un cuestionario de rutina, todo está bien- Siguió anotando cosas en su libreta -Vas bien Violeta, estos meses te tendremos en observación, y pronto comenzarás a cocinar tus propios alimentos, eso con el fin de que te habitúes a alimentarte tú misma correctamente para cuando salgas de aquí-
Escuchar eso me alegró, asentí con la cabeza.
- Por supuesto que lo harás con la supervisión de tu nutrióloga; iré reduciendo poco a poco las dosis de tus antidepresivos, veremos cómo reaccionas, pero debes alejar de tu mente la idea de que jamás podrás reconstruir tu vida. Escúchame, si tú misma te sometes a estres, éste puede dominarte a tal grado que arruine todo lo que ya has logrado, evita pensar negativamente, ya tú misma me has dicho que tu hermano te ha ofrecido venir por ti, te espera una gran vida allá afuera, no la desperdicies.-

Yo me sentí un poco mejor después de que me dijo eso, aunque no dejaba de pensar que si descubrían que paseaba por el bosque de madrugada, o lo peor, que indirectamente había podido traer a ese hombre aquí, jamás saldría. Cuando el doctor se estaba despidiendo, no pude evitar hacerle preguntas sobre la investigación que estaba llevando la policía por el homicidio de Joel. Me dijo que no me preocupara por eso, que todo seguiría su curso, pero que no me afectaría en nada.

- Y... ¿yo no seré llamada a declarar?- le pregunté, -no lo sé, puede ser que sí, pero lo único que tienes que hacer es decir la verdad... no pienses en eso ahora- Cortó la conversación porque justo en ese momento se acercó un custodio nuevo con aire visiblemente metiche. Pensé que preguntar más sería insensato de mi parte, pues demostraría una preocupación anormal, así que callé y me despedí del Doctor Salas con una sonrisa.
Salió de mi habitación, y con él todos los custodios. Por fin me levanté de la cama para tomar el baño de la mañana.
El mustélido había mordido ya a la serpiente, ahora le quitaba la cabeza y desgarraba su cuerpo tubular. Se siente tranquilo, parece que ya está satisfecho... es la calma que antecede a la tormenta.