lunes, 27 de diciembre de 2010

Sinfonía

La vida está llena de coincidencias misteriosas; un día tienes una charla extraña con un perfecto desconocido y otro día, esa misma persona, desnuda su alma ante ti, sólo con una mirada. La primera vez que lo encontré, no fue muy diferente a esta, salvo por el final que fue fácil de adivinar. En esa ocasión, después de nuestra pequeña plática, lo sometieron, lo interrogaron y seguramente lo hicieron más miserable de lo que era, pero procuraron preservar su vida física, no obstante su alma ya no tenía remedio, podrida y agusanada. Ahora, sólo bastó una sonrisa y una mirada para poder entregarlo directamente a los tiernos brazos de su destrucción.

No cabe la menor duda, de quién fue el primer tiro que se escuchó. Certero, único, pero muy escandaloso, me extraña que no hayan cerrado la puerta, seguro se trató de una de esas estrategias ridículas del Sr. Salas, para ganarse la confianza de esa mujer. Absurdos los dos. Fue maravillosa la manera en que mis amados compañeros comenzaron a gritar cuando se escuchó el primer disparo, pues muchos de ellos tienen recuerdos dolorosos relativos a las armas de fuego; las detonaciones posteriores, convirtieron sus cabezas en un aquelarre. No pude evitar reír como desquiciado. Mala idea, pues me trataron como tal, no puedo recordar la última vez que me divertí tanto, hasta olvide el duelo de mi viejo desconocido. Nos llevaron a todos a nuestros cuartos, pasó un médico a revisarnos a cada uno de nosotros, el muy estúpido me diagnosticó crisis nerviosa y me inyectaron un calmante. No me negué, pues a veces sus placebos son como ambrosia y ayudan al buen sueño.

Mañana habrá interrogatorio, como cada que pasa algo así: -¿Habló con usted algún extraño? ¿Qué le dijo? ¿Notó algo raro en el señor?

Tinta y un cuaderno ¿Pueden acaso ser mejores que mi carbón y los despojos de unas hojas? No lo creo, todo ha de ser como su dueño. Mi querido Doctor, las cosas que yo deseo usted no me las puede dar. Me gustó su disposición, me enajenó su juventud; creo que mañana, si es que corresponde hablar con usted, será un día maravilloso para que platiquemos de mis temores. Si tenemos suerte nos podemos ver reflejados mutuamente. ¿Me ofrecerá tener la puerta abierta? ¿Tendrá en su mesa el bolígrafo y el cuaderno que prometió? ¿Me pedirá que charlemos sobre la loca adicta al sexo, que no puede ver más allá de lo que come? No lo sé, puede que esta misma noche, mi querido Doctor, este deseando nunca haber pisado este lugar, quizá quiera huir, quizá recordó una vieja culpa que lo amarga, pero ese mismo pesar le dará fuerza para quedarse con nosotros, tiene una antigua y dolorosa deuda que saldar con él mismo.

¿Qué pueden hacer tres caballeros en el baño? Dos se observan y uno cuida. Ese es el enigma. Los de abajo tenemos que compartir el baño, los de arriba disfrutan de baños individuales. La habitación de mi querido Doctor es una de las que tienen tina, sólo espero que no se relaje demasiado si la usa, ha habido quienes no han podido salir del éxtasis de las burbujas y del agua tibia.

Hoy este lugar en verdad parece un manicomio, nadie dormirá esta noche por su propia voluntad, los melodiosos aullidos y gritos de mis compañeros hacen una sinfonía maravillosa para los oídos de los que la queremos escuchar, los perros forman parte de la orquesta, las aves nocturnas también exigieron su lugar. El eco de la pistola sigue sonando en las gargantas de muchos y los lamentos son tan contagiosos como cualquier virus.

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