miércoles, 23 de marzo de 2011

Un trago amargo

Debo admitir que no soy muy versado en esto de las leyes. De hecho poco me importan y prefiero aproximarme a cualquier trámite legal lo menos posible. Sin embargo esta vez fue imposible para mí librarme de estos engorrosos procedimientos que, además, ni siquiera entiendo. Por fortuna no tuve que hacer en realidad nada, los abogados se encargaron de todo y yo sólo tuve que presentarme a declarar.

Debo admitir que durante todo el tiempo antes del juicio me sentía intranquilo, nervioso, no pude desempeñar mi trabajo como debía. No podía concentrarme ni poner atención a los pacientes. Incluso creo que a los pocos pacientes que vi debí causarles una impresión desfavorable. Yo le pedí al Dr. Smith que por favor me dejara sin atender a los pacientes directamente hasta que se solucionara mi problema, sin embargo tuve que ver a Violeta y a Espino. En mi entrevista con Violeta me comporté de la manera más desagradable que puedo recordar, incluso posterior a la entrevista, me sentí mal conmigo mismo. Esa manera tan infantil de tratar de consolarla me pareció de lo más impropio posible, sin embargo tenía en la cabeza sólo el “¿qué pasará con el juicio?”.

Debo admitir que en verdad descansé cuando, luego del juicio, me declararon inocente, y se retiraron todos los cargos en mi contra. Espero ahora poder reanudar mi trabajo con normalidad, al menos sin esa tención que estaba terminando conmigo. Finalmente me alegra que esto no haya sido más que un trago amargo y espero que ese sabor que aún permanece pase pronto y termine sólo en el archivo del olvido.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Matar sin matar

El trato era simple: yo hacía lo que sabía hacer y él me facilitaba las cosas para lograr lo que tanto quiero. Al final la vida siempre es como una rueda imparable, no se puede comenzar algo con intención de detenerlo más adelante; simplemente todo seguirá rodando y rodando hasta el infinito, a veces se puede creer tener cierto control, pero es un pensamiento irresponsable. Esta dinámica es un común denominador en la historia del hombre, pero los humanos somos por naturaleza criaturas necias y prepotentes ante los hechos obvios de la vida y difícilmente aprendemos del pasado. Queremos ser alquimistas de realidades y transmutadores de errores, pero no somos más que ilusionistas engañados por nuestros propios trucos y cegados por nuestra obstinación.

La locura que ahora padezco es consecuencia de mí llegada a este lugar, si bien en un principio mis “males” eran sutiles, ahora soy un loco descabritado como cualquiera de los de aquí, quizá peor. El tiempo había arrancado de mi cabeza la razón de mi estancia, el contrato criminal del cual formo parte desde hace muchos años, el mismo que siento está por terminar.

­ ¿Quieres morir? Gánate tu muerte. Yo con todo gusto te puedo complacer.

Me dijo ese día después de una breve charla, en donde tratamos asuntos primarios, donde él fue capaz de desnudar mi conciencia al grado de dejarme como un animal indefenso, sin palabras y sin pensamientos. Yo no lo pude ver a los ojos, pero asentí con suavidad y resignación dos veces. 

— Ven conmigo. Te explicaré como llegar a buen final; sin experimentar ese dolor al que tanto le temes. Pero como te lo dije antes, tienes que ganarte mis favores.

Lo seguí y, escuche con atención sus indicaciones, yo no era más que un niño. Fue fácil persuadirme. Muy a pesar de mi inteligencia, misma que me condenó al rechazo social y la estigmatización, sucumbí a su admirable persuasión.

— Dos años Espino, hoy se cumplen dos años de seguir tus pasos, he visto como has progresado con tus habilidades, pero aún te falta mucho por desarrollar. Para que puedas cumplir tu parte del trato, tienes primero que estar completo y ahora estás en el momento perfecto para dar un gran salto.

Él prácticamente me adoptó como a un hijo, primero me creó un pasado después me educó en las mejores artes y costumbres, me integró de nuevo a la sociedad de la que antes había huido, ahora convertido en un hombre de excelencia, un caballero de envidiables conocimientos. Debo confesar que eso hizo menos pesada mi vida, no obstante el seguir respirando todos los días me llenaba de frustración, pero el trato era justo. La razón obvia de mi educación era la capacidad de mimetizarme en círculos de gran elite social y no sólo eso, destacarme como el óptimo entre todos. Acudí a banquetes espectaculares, tanto a los refinados en donde las charlas, la comida y la música eran exquisitas, como a los despreciables donde el degenere humano que se mostraba en cada rincón me hacia recordar el desprecio que le tengo a mi raza y a mi mismo.

Me hice popular entre los hombres y las mujeres, las familias me codiciaban como invitado en sus casas, me transformé en un símbolo de valor. Los círculos secretos en los que algunos participaban me hicieron miembro honorífico. Si en algún festín celebrado no estaba yo presente, no se podía considerar de gran nivel. Yo siempre fingía, jamás pude experimentar un completo placer en ninguna de mis actividades. Pasé muchos años viviendo así, hasta que mi mentor consideró que ya estaba listo, pues a la par de mi educación en el buen vivir, me hizo trabajar mucho en mis otras habilidades, las que realmente le interesaban a mi maestro. A este respecto puedo decir que ocurrió uno que otro “accidente” de vez en cuando, siempre a petición de mi maestro.

Un buen día me citó con peculiar alegría.

— Espino, hijo. Se que todos estos años has vivido en la frustración absoluta, alimentado sólo por el deseo de tu propia destrucción. Gánatelo, te pedí aquél día. Pues quiero decirte que ya estas por terminar el trato.

Me entregó un sobre amarillo engrosado por su contenido.

— Has lo que sabes hacer.

El sobre contenía poco más de una treintena de fotografías, absolutamente todas las caras eran conocidas. La mayoría de ellos habían sido mis anfitriones en diferentes partes del mundo, todos ellos tenían algo en común.

— La muerte Espino, te la ganarás a cambio de profanar vidas ajenas. Con discreción absoluta, bien sabes que todos ellos tienen que tomar su propia vida. No dejarás pistas, ni hilo a seguir, todos ellos tienen que morir de manera diferente. Tómate tu tiempo, pero el trabajo tiene que ser en el orden de las fotos; ellos no deben de notar la relación hasta que sea demasiado tarde.

No dije una palabra, memorice todas las caras de las fotografías y las arrojé al fuego de chimenea. Trabajo discreto era la orden, pero la última foto me inquietaba. Me retiré de la vista de mi maestro y comencé mi viaje por el mundo. En verdad tenía la esperanza de que alguna de mis víctimas me contagiara su ímpetu suicida y me ayudara a lograr mi anhelo. Lástima que no fue así. Uno a uno fueron cayendo, no hubo víctima que representara alguna dificultad, el resultado de mi entrenamiento sobrepasó incluso las expectativas propias.

La búsqueda del último de la lista me hizo caer en este lugar. Llevo muchos años sin poder cumplir el objetivo, me siento defraudado e insignificante. Mi plan original era internarme para acceder al objetivo, pero las cosas se complicaron, supongo que mi natural locura fue la causante. Muchos han sido sacrificados, doctores, enfermos, custodios, visitas, pero nunca el blanco original.  El mismo ambiente de aquí me ha hecho pensar que todos mis recuerdos no son más que una broma pesada que me juega mi mente. Puedo ser un loco, como todos los demás, que vive alucinaciones como si fueran realidades, no obstante la última cara de las fotos deambula por aquí, es real y sigue siendo mi objetivo. ¿A que se debe este recuerdo? A una pregunta del Doctor Salas.

— ¿Sabe porque está internado aquí, Tellini? — Me preguntó Salas, al final de una interminable lista de preguntas simplonas.

No pude contestar, me quedé callado y solicité retirarme a mi cuarto; el inútil de Quijano mientras me escoltaba iba jugando con su tolete, lo tiró varias veces mientras hacia mal logrados malabares, no tiene mucha experiencia en el manejo de estos artefactos. Me inquieta su actitud, quizá sea buena idea dedicarle unos minutos de charla… No Tellini, no te distraigas con payasos, no más.

¿Todo esto será realidad o desvarío de un loco más? Lo único cierto son mis deseos de morir y el miedo que le tengo a la muerte, de lo demás no se ya que pensar. Pero si la realidad es la que he contado, tengo una misión pendiente que ya no es posible retrasar más. A veces siento que mi objetivo planeó todo esto… o alguien peor que él. El carbón se está terminando, está vez me excedí con mis letras.

martes, 1 de marzo de 2011

Expediente 25, día uno (primera parte)

Llegué al sanatorio justo al despuntar el alba. A primera vista, el lugar se ve bastante agradable con sus extensos patios, sus blancos pasillos y sus omnipresentes bocinas, que siempre están tocando jazz de los sesenta o de tiempos anteriores; al poner el primer pie adentro, me dieron ganas de pasar ahí un relajante fin de semana, jugando cartas con los loquitos y fumando un centenar de cigarrillos. Lamentablemente, mi sentido del deber (y el adelanto que me habían dado por el trabajo) me recordaron que no era tiempo para descansar, así que deseché la idea y fui directamente a la recepción. Me encontré con una atractiva mujer de mediana edad que me preguntó si era yo quien solicitaba el puesto de vigilante en jefe. Le respondí que sí y me condujo por una infinidad de pasillos hasta llegar afuera de la oficina del doctor Smith.

Por lo visto, el anciano se encontraba adentro, enfrascado en una discusión con alguien de intendencia. La recepcionista, al ver que su jefe estaba ocupado, me pidió que esperara hasta que fuera llamado y se fue a seguir con sus asuntos, no sin antes guiñarme el ojo y dedicarme una sonrisa incitadora. Como estaba yo bastante ocupado calificando las curvas de la mujer mientras se retiraba, no puse atención al pleito que se desarrollaba a mi lado, acción de la que ahora me arrepiento, porque, como explicaré más adelante, de haber escuchado, me habría ahorrado bastante trabajo. En fin, el tipo de intendencia salió después de unos segundos, tan enfadado, que no reparó en mi ni cuando me pisó. Luego, el doctor me llamó al interior de su oficina.

Entré con aire despreocupado, para ocultar que me encontraba un poco nervioso por la tarea que había caído en mis manos; cabe explicar era mi primer investigación seria después de varios meses de holgazanería, y me encontraba un poco oxidado. El viejo me dedicó una inquieta sonrisa y yo le devolví la cordialidad, luego, estrechamos las manos. Noté que aún se encontraba un poco colorado por el disgusto que le habían hecho pasar, así que le pregunté si algo le pasaba. Respondió que no, que solamente se trataba de una pequeña discrepancia con un intendente flojo.

—Pero bueno… —dijo, cambiando el tema— volvamos a lo que en verdad nos incumbe. —Aquí me invitó a tomar asiento; él permaneció de pie en su lado del escritorio—. ¿Trajo los papeles que le pedí?

—Claro. Aquí están. —Puse un fólder encima del escritorio. Smith lo tomó y revisó concienzudamente todo el interior: una solicitud de empleo, documentos personales y copias de esos documentos. Satisfecho, esbozó una sonrisa.

—Perfecto —concluyó.

—Comprenderá que todos los papeles son falsos.

—Me lo imaginé. Pero no importa; sólo los necesito para no levantar sospechas.

—Muy bien —dije, y nos quedamos callados. A lo lejos, pudo escucharse la voz de uno de los pacientes, gritando algo sobre salir a jugar al patio con una pelota. Cuando calló, pregunté—: ¿Empezamos?

—Sí. —La respuesta salió como un suspiro. Me dio la impresión de que no se trataba de un gesto de fastidio, sino más bien de resignación, pues era obvio que hubiera preferido no verse involucrado en una situación tan macabra como en la que ahora se encontraba.

Pero no siempre puedes obtener lo que quieres.

Se levantó y me invitó a seguirlo. Me condujo por todo el sanatorio, dándome santo y seña de todas las estancias que encontrábamos en nuestro camino. De vez en cuando, nos cruzábamos con algún trabajador, algún oficinista o uno que otro custodio, y él siempre me presentaba amablemente, sin olvidar la farsa que habíamos planeado, es decir, que yo era el nuevo vigilante en jefe y que me encargaría de la seguridad de la Casa de la Risa, cosa que, en parte, era cierta.

Cuando hubo terminado de presumirme cada rincón del lugar, formulé la pregunta que desde mi llegada me rondaba la cabeza:

—¿Y cuándo podré ver a los loquitos?

—Oh, en unos minutos; ya casi es hora del recreo matinal.

Fuimos al patio principal para esperar a los pacientes. El doctor y yo aprovechamos el tiempo sacando nuestras propias teorías acerca de todo lo que pasaba, pero ninguna nos dejó completamente convencidos.

Exactamente a las once de la mañana, las puertas del edificio se abrieron y dieron paso al más retorcido desfile de personas que he visto en mi vida. Cuando Smith me contrató para esta investigación y me dijo que había personas con enfermedades mentales involucradas, creí que sería divertido; sin embargo, al ver a esos curiosos personajes paseando uno por uno frente a mí, todo el humor que traía en la cabeza se hizo bolita y se me bajó a los calzones. El viejo se alegró al notar que su empleado comenzaba a tomarse las cosas en serio.

Disimulé mi perturbación diciendo:

—Parecen simpáticos.

—Algunos lo son. Por ejemplo el de allá.

—¿El del sombrerito de papel o el que está cantando?

—El que está cantando. Se llama Joaquín Mendoza, y puede interpretar cualquier pieza de teatro musical que se haya compuesto antes del año dos mil.

—¿Por qué hasta ese año?

—Porque fue el año en que le diagnosticaron epilepsia. Es una historia muy triste, la verdad: se había preparado desde niño para ser uno de los mejores showmen del mundo, y cuando llegó a la adolescencia estaba listo para conquistar tanto los escenarios como los corazones de miles de jovencitas. Desafortunadamente, una lámpara le cayó en la cabeza durante una audición muy importante, provocándole un traumatismo que, a su vez, le originó epilepsia. Cuando los doctores le dijeron que tendría que apartase de los escenarios definitivamente, se volvió completamente loco. Es un buen chico, y ha demostrado ser un gran cantante y una magnífica compañía cuando el estéreo se descompone. Si algún día se le antoja una canción, pídasela; le aseguro que él estará encantado de complacerlo.

Observé a Joaquín con tristeza; era un muchacho atractivo, con buen cuerpo y una voz que merecía ser conocida por todas las personas con buen oído. ¡Una lástima lo de su enfermedad! Me sentí tentado a pedirle que cantara Unworthy Of Your Love, de Stephen Sondheim, porque es de mis favoritas y porque me daba curiosidad ver cómo le haría para interpretar un dueto, pero mejor decidí que no.

—Tal vez otro día —dije.

—Como guste. Ahora, fíjese en el otro, el del sombrerito.

—Ajá. ¿Qué hay con él?

—Es un amante de las novelas de aventuras. Cada día despierta creyendo que es un personaje diferente. Ayer era Sandokán, pero hoy no sé quién sea.

Cuando acabó de decir eso, el loco del sombrerito de papel tomó dos varitas de madera, las cruzó y apuntó la más corta hacia el cielo, como si se tratara de un arco. Luego, gritó: “Viva el rey Ricardo” y lanzó la varita corta lo más lejos que pudo (cosa de dos metros).

—Robin Hood —exclamamos al unísono el doctor y yo.

Otro paciente me llamó la atención. Era un muchacho de cabello largo que dibujaba a la sombra de un árbol. Lo que me pareció interesante fue su apariencia tan normal, es decir, que no te hacía pensar que padeciera alguna enfermedad de la cabeza.

—¿Cuál es la historia de aquél? —pregunté sin dejar de mirar al chico. Al no obtener respuesta—: ¿Doctor?

Y noté que el doctor se había ido.

Lo busqué con la mirada por todo el patio, pero se me hizo difícil dar con él porque todos ahí iban vestidos de blanco. Lo hallé cerca de la puerta del edificio, conversando con otro doctor. Smith miró hacia mí y me llamó con la mano.

—Señor Quijano, le presento al doctor Paz —me dijo cuando llegué adonde estaban—. Es el segundo al mando en este lugar, y confió en él tanto como confío en mí mismo.

Cuando Paz estrechó mi mano, me dio un apretón que no se me olvidó en dos horas. Yo intenté hacer lo mismo, pero fue como querer exprimir una piedra. El dueño de la tenaza era un hombre de estatura mediana y apariencia tosca, como de obrero, pero que dejaba entrever en su mirada que su intelecto rebasaba por mucho al del hombre promedio—en cuanto lo miré a los ojos, me di cuenta de que se trataba de un tipo bastante astuto, y dediqué unos segundos a pedir que no fuera él quien estuviera detrás de todo lo que ocurría en el sanatorio, porque, de lo contrario, seguramente me vería en problemas.

lunes, 28 de febrero de 2011

Mustélidos

Siento un mustélido retorciéndose en mi estómago. Sus garras me lastiman y su cuerpo se retuerce libre para clavar sus dientes en una serpiente. Me ha quitado el hambre... sin embargo a veces me la provoca insoportablemente. Sé que estoy bajando de peso y no quiero ir más con la nutrióloga, me hará preguntas que no deseo ni puedo responder. Me asedia, y aquí no me puedo esconder en ningún lado, apenas he podido alegar que me siento mal y que no quiero levantarme de la cama. Enviaron al Dr. Salas a hablar conmigo, o al menos eso parece, porque no se había aparecido ya desde hace varios días. Se portó gentil conmigo, como tratando de comprenderme, o tratando de hacer que yo sintiera que me comprendía. No pude contestar sinceramente a sus preguntas, pero tenía que inventar un pretexto para mi estado de ánimo o podría sospechar de una recaída o de cosas peores y me prescribiría más tiempo en el hospital, cosa que debía evitar a toda costa.

-Es que mi hermano se fue del país... se fue muy lejos-
-y ¿cómo te hace sentir eso?-

Comencé a llorar, y en mis lágrimas iba una mezcla de sentimientos... nostalgia por mi hermano, miedo a ser descubierta, miedo a quedarme ahí toda la vida, miedo a salir de ahí y no poder reconstruirme, confusión por la violencia que comenzaba a ejercer yo misma sobre mí.

El doctor calló un momento, esperando pacientemente a que me tranquilizara un poco, pero como se dio cuenta de que eso jamás sucedería por mi voluntad, me dijo con voz serena:

-Violeta, escúchame, quiero que respires profundamente y que respondas a mi pregunta, ¿cómo te hace sentir eso?-

Apacigüé mi llanto -Me siento sola... más sola que nunca, siento que jamás saldré de este horrible lugar- solté un llanto histérico que anticipaba la última sentencia, la que más desgarraba mi alma -y lo peor es que creo... creo que aunque saliera de aquí, seguiría estando aquí... mi vida seguiría perteneciendo aquí, entre los gritos de todas estas personas, sus gritos mudos, que nadie se esfuerza por escuchar, ni usted, ni nadie- grité desesperadamente en forma de reclamo.

Con ese último grito los custodios se acercaron un poco temiendo que yo agrediera físicamente al doctor.

- Estamos cuidando de ti Violeta, en verdad queremos... quiero -corrigió mientras me lanzaba una mirada de complicidad - que salgas de aquí, que logres tener una vida felíz; aún eres muy joven, hay muchas oportunidades para ti allá afuera, recuerda que el mundo es el que tú quieres para ti, nadie más va a construirlo por ti, pero sí podemos enseñarte a hacerlo.-

En medio de mis lágrimas, como un estornudo, me vino al rostro una risilla burlona... no podía creer que él me dijera eso; "enseñarme a hacerlo", sonaba tan falso e idiota cuando venía de una persona que ni siquiera tenía una vida, alguien que se la pasaba encerrado en un hospital psiquiátrico, sin pareja, sin hijos, sin familia, evidentemente sin un mundo propio, sino sólo el mundo de los locos. Pobre Doctor Salas, yo lo compadecía más de lo que me compadecía de mí; yo estaba ahí a la fuerza, por necesidad, pero él, él estaba voluntariamente, en vez de estar en alguna gran ciudad recetando metformina a diabéticos, para después salir a cenar con alguna chica linda y dormir con ella toda la noche.
Me miró serenamente y trató de convencerme de que lo que me decía era verdad. Me hizo preguntas acerca de mi hermano y le dije lo que había hablado con él por teléfono. Después de un rato de conversación cambió de tema, a ese que yo no quería que llegáramos.

-Veo que has bajado de peso, Violeta-
-He comido todo lo que me han dado- dije parcamente.
-Lo sé- anotó algo en su libreta y después prosiguió -¿has experimentado pérdida de apetito?-
-Un poco, pero ya le dije que he comido todo, si he bajado de peso no es mi culpa-
-Tranquila, no tienes por qué alterarte, es sólo un cuestionario de rutina, todo está bien- Siguió anotando cosas en su libreta -Vas bien Violeta, estos meses te tendremos en observación, y pronto comenzarás a cocinar tus propios alimentos, eso con el fin de que te habitúes a alimentarte tú misma correctamente para cuando salgas de aquí-
Escuchar eso me alegró, asentí con la cabeza.
- Por supuesto que lo harás con la supervisión de tu nutrióloga; iré reduciendo poco a poco las dosis de tus antidepresivos, veremos cómo reaccionas, pero debes alejar de tu mente la idea de que jamás podrás reconstruir tu vida. Escúchame, si tú misma te sometes a estres, éste puede dominarte a tal grado que arruine todo lo que ya has logrado, evita pensar negativamente, ya tú misma me has dicho que tu hermano te ha ofrecido venir por ti, te espera una gran vida allá afuera, no la desperdicies.-

Yo me sentí un poco mejor después de que me dijo eso, aunque no dejaba de pensar que si descubrían que paseaba por el bosque de madrugada, o lo peor, que indirectamente había podido traer a ese hombre aquí, jamás saldría. Cuando el doctor se estaba despidiendo, no pude evitar hacerle preguntas sobre la investigación que estaba llevando la policía por el homicidio de Joel. Me dijo que no me preocupara por eso, que todo seguiría su curso, pero que no me afectaría en nada.

- Y... ¿yo no seré llamada a declarar?- le pregunté, -no lo sé, puede ser que sí, pero lo único que tienes que hacer es decir la verdad... no pienses en eso ahora- Cortó la conversación porque justo en ese momento se acercó un custodio nuevo con aire visiblemente metiche. Pensé que preguntar más sería insensato de mi parte, pues demostraría una preocupación anormal, así que callé y me despedí del Doctor Salas con una sonrisa.
Salió de mi habitación, y con él todos los custodios. Por fin me levanté de la cama para tomar el baño de la mañana.
El mustélido había mordido ya a la serpiente, ahora le quitaba la cabeza y desgarraba su cuerpo tubular. Se siente tranquilo, parece que ya está satisfecho... es la calma que antecede a la tormenta.

lunes, 31 de enero de 2011

Con peste a tabaco

Terrible interrupción. En este lugar uno no puede siquiera observar en paz las venas de sus propias muñecas, pues en el acto alguien llega e interrumpe las intenciones tanto tiempo incubadas en la mente. Cobarde Tellini, eres un maldito cobarde. Has visto tantas veces el descanso y no eres capaz de tener consideraciones contigo mismo, eres un vulgar y asqueroso cobarde. Si tan sólo ese tipo no me hubiera interrumpido.

Todos en este lugar aparentamos algo, algunos inquilinos aparentan estar acompañados para combatir su soledad, otros aparentan fantasías para encender su lujuria, unos más aparentan talento para sobrellevar su miseria, pero los peores aparentan estar sanos y pretenden curar a los insanos. Este nuevo sujeto sólo aparenta ser estúpido, pero no lo es. Su presencia fue anunciada por un aroma insoportable a tabaco, tocó mi puerta con fuerza y pronunció mal mi nombre.

-¿Señor Telleni?
-Tellini.
-Perdón, Tellini.
- ¿Usted es?
- Seré su nuevo custodio, puede decirme Diego. Acompáñeme por favor.

Caminamos juntos y el maldito iba silbando una canción, sus dedos se movían como si estuviera tocando un piano imaginario al ritmo de sus silbidos. No entiendo cómo los directivos son capaces de contratar este tipo de personas tan desagradables. Tuve tantas ganas de… Llegamos al consultorio, Salas y otro custodio ya se encontraban esperándome. En la mesa había una pluma, un tintero y hojas. Pero el maldito olor a tabaco del custodio no me dejaba pensar en nada. Intercambié algunas palabras simplonas, como siempre, con Salas. Ni él ni yo quisimos hablar mucho frente al nuevo desconocido. Me explicó el destino de la pluma, el tintero y el papel, simplemente no pude evitar reír. Diego se quedó con Salas y otro custodio se encargó de escoltarme hasta el jardín.

Mientras caminaba hacia una sombra que me parecía cómoda, pude observar a muchos colegas en sus actividades cotidianas: uno de ellos me miraba fijamente y parecía que me dibujaba, es claro que no soy el único que ha recibido regalos; otra hablaba con ella misma, al tiempo que me miraba con timidez y temor, alborotaba su cabello con las manos; la novia del doctor me sonrió sutilmente, pero al no recibir respuesta de mi parte se ofendió y siguió su camino; a lo lejos alguien más me observaba con especial atención. Entonces llegó la segunda interrupción del día, de nuevo la estela de tabaco antecediendo la incómoda presencia de Diego.

-¿Gusta un cigarrillo Señor Tellini?
- No fumo, gracias.
-¿Le importa que yo lo haga?
-Si.
-Ese doctor que le asignaron es un verdadero pedante, no entiendo como pueden aguantarlo.
-No tiene mucho tiempo que llegó. Pero hay peores que él. Si no le importa, me gustaría estar solo.

El custodio se retiró sin señales de sentirse ofendido, pero su rostro profería cierta satisfacción. Cuando terminó el horario de “terapia en el jardín”, el tal Diego regresó a donde me encontraba y me condujo a mi habitación.

-Qué disfrute sus regalos Señor Telleni. Buenas noches.

Lo miré con desdén, pues en verdad me irritó su presencia, no obstante le regresé la despedida. Una vez cerrada la puerta me senté frente a mi pequeña mesa, saqué una hoja nueva, entinté la pluma y escribí con la mejor de mis letras para el Doctor Salas:


“Disfrute las cosas de la vida Doctor”

Guardé los regalos en una pañoleta y regresé a mis trozos de carbón y a mis pedazos de papel. Es lo mejor por el momento. Hoy se percibe una noche silenciosa, las fieras no cazarán, permanecerán en sus cuevas planeando su nuevo golpe, esperando con calma el momento oportuno, pues son increíblemente pacientes, eso es lo que las hace verdaderamente peligrosas. Qué curioso, mis manos sudan mientras escribo estas letras, y el rozar de la carne húmeda con el carbón hace que se corra todo lo plasmado, descansa cobarde, mañana será otro día.

domingo, 30 de enero de 2011

Helado de menta y otras delicias

Ayer habló mi hermano conmigo. Me dijo que se iba, que por fin le habían dado esa maldita beca. -¿A dónde te vas tan solo?- le dije llorando;

-A Mongolia, nena bonita; pero no llores, por favor-,

-Y ¿a qué vas? ¿qué aquí no tienes todo lo que necesitas para estudiar esas cosas raras que te gustan?- le grité entre sollozos.

- Ya te lo expliqué varias veces Violeta, aquí no puedo estudiar la épica oral de las estepas, sabes que ese tema me ha interesado mucho desde que estaba en la Universidad y ahora me están dando la oportunidad de ir allá y vivirlo en carne propia, no voy a dejarla- me contestó con mucha firmeza.

- Pero... pero... y ¿qué hay de mí?, ¿me dejarás aquí?, eres lo único que tengo en la vida, Alejandro- seguí llorando.

- Tienes a mamá, Violeta- me dijo secamente

-Sabes bien que mamá se conforma con enviar a su contador a que deposite el pago anual de este cochino lugar, hace más de un año que no viene a verme, que nisiquiera me llama por teléfono... sólo te tengo a tí, y si te vas, ya no tengo a nadie-

Mi amado Ale suavizó su voz y me dijo - Pero mi niña, sabes muy bien que si no estuvieras allí, yo te llevaría conmigo, y escucharías cantos tibetanos conmigo, andaríamos en lugares desconocidos, en montañas, entre gente que no habla nuestra lengua, y yo te diría lo que dicen, y te llevaría con médicos tradicionales cada vez que tú te enfermaras, comeríamos raíces...-

- Entonces espérame un poco, ya me he recuperado bastante, falta poco para que me den de alta- lo interrumpí.

- No puedo esperarte, pero vamos a hacer esto: en cuanto salgas de allí, voy por tí y nos vamos juntos, ¿qué dices linda?-

- Gracias Ale, muchas gracias, no esperaba menos de ti; ya tengo que colgar, sabes que te amo, esperaré con ansias el momento de verte- colgué el teléfono porque Elena me dijo que era el turno de alguien más.

Estaba contenta, porque si todo iba como hasta ahora, pronto me iría de aquí y comenzaría a vivir de nuevo.

Me quedé en mi cuarto, escribiendo la bitácora alimenticia que me pide todos los días la nutrióloga, y en eso me encontraba, cuando Elena me dijo que Armando me daba permiso de ir a dibujar las flores del jardín. -¡Claro!-, me dije, -hoy es día de helado de menta y otras delicias-. -Baja la voz Violetita, te pueden escuchar los custodios-.

Saliendo del comedor, después de la cena, aproveché la correría que se hace de camino a las habitaciones, con custodios cuidando a los locos inquietos y descuidando un poco a aquellos que están más tranquilos. Yo era una de esos últimos y contaba con Elena, que les inventaba cualquier cosa a los costudios para justificar mi ausencia. Con un manto negro muy delgado que me regaló mi querida enfermera, me cubrí por completo para pasar desapercibida al atravesar el jardín hasta los muros. Cuando llegué vi cómo se abría la puerta de siempre en el muro; entré. Ahí estaba Armando, esperándome. Sonreí cuando lo ví, y él me besó en los labios rápidamente y me jaló para irnos antes de que alguien se diera cuenta de mi presencia. Bajamos por una puerta trampa que sólo Armando y, supongo yo, los otros custodios podían abrir. Él nunca me hablaba de esas cosas, no se podía arriesgar a que yo tratara de escapar, lo inculparían a él con mucha facilidad. Pasamos por lo que yo intuía que era un laberinto, y después de un rato, llegamos a otra puerta que estaba en nuestras cabezas. Salimos por ahí al bosque espeso y oscuro que, supongo, rodeaba el hospital, aunque desde ahí ya no se alcanzaba a ver ni un indicio de las murallas. Armando traía para mí un vestido, rápidamente me quité la túnica blanca de loca y me puse el vestido para pasar desapercibida en el pueblo. Caminamos un rato por el bosque, en silencio, supongo que alrededor de hora y media, y llegamos a la heladería de siempre. Casi todas las personas ya estaban en sus casas, sólo algunas luces alumbraban las calles.

Armando y yo nos sentamos en un rinconcito, él pidió para mí un helado de menta con chocolate y para él un café.

- Te extrañé mucho preciosa- me dijo mientras acariciaba mis piernas por debajo de la mesa.

Yo, por otro lado, también lo había extrañado, pero más que eso, me inquietaba saber quién era el misterioso personaje que irrumpió en mi sesión con el doctor Salas.

- También te extrañé, querido- le dije mientras lo besaba, -pero, quería preguntarte, ¿supiste del incidente de esta semana en el hospital?-

-¿cuál de todos? en el hospital pasan muchas cosas- me contestó con una leve sonrisa.

- Pues el del hombre de mantenimiento que entró en mi sesión con el doctor Salas, el que lloraba y nos amenazó con su taladro, el que murió por el disparo del doctor- le dije.

-Ahhh, sí, claro, ¿eras tú la chica que estaba en terapia?, eso no lo sabía, bonita, qué suerte que no te haya pasado nada- parecía que seguiría hablando, pero lo interrumpí con ansiedad.

- sí, bueno, Armando, fue muy extraño... reconocí al hombre, lo ví antes aquí mismo, en la heladería, era el que arreglaba la instalación eléctrica. Me parecía que escuchaba nuestras conversaciones, no me agradó. Pero ahí, enloquecido, lo reconocí... y creo que el asunto está empeorando; no han corrido al doctor, pero la gente allá adentro se ve cada vez más inquieta, más inestable, y, tú vives aquí, creí que podías decirme quién era ese hombre, yo te he visto hablando con él, a veces-

- preciosa, ese es un asunto que no te atañe, no deberías meterte es eso, seguro el doctor Smith ya lo está resolviendo- me dijo mientras me ponían mi helado de menta en la mesa.

Callé un momento y luego le dije,- Armando, los doctores no pueden saber nada, no quiero ofenderlos, pero se la pasan metidos ahí, están peor que los locos porque ellos lo hacen voluntariamente y, desde ahí adentro, poco pueden saber de la identidad de ese hombre y de lo que estaba haciendo ahí. Yo lo único que quiero saber es quién era, por qué estaba ahí, la policía no tarda en hacerme preguntas, los he visto merodear por el hospital, yo estaba presente cuando todo pasó...-

- A ver a ver Violeta- me interrumpió,- aunque tú supieras quién era ese hombre, no se lo podrías decir a la policía, porque, ¿cómo vas a decirles que tú te sales una vez a la semana del hospital y que lo viste por acá afuera?-

-Sé a lo que te refieres Armando, no soy idiota, pero esto me atañe tanto como a los doctores, es mejor que sepa la verdad ahora, porque pronto saldré de ese lugar y en verdad quiero hacerlo; necesito estar prevenida porque no quiero que el asuntillo del doctor Salas con el señor muerto me implique de alguna forma que me impida salir de allí-

-Tranquila Naranjita- me contestó en voz baja- no hay ninguna razón por la que pudieran implicarte en eso, no si no saben que tú has salido de allí, pero si te hace sentirte más tranquila te diré todo lo que sé. El señor que murió esta semana se llamaba Joel. Vivía en la periferia del poblado, casi aislado de todo. Su esposa murió hace siete años, de cáncer, dicen. Tenía dos hijos, los dos menores de quince años... creo que uno tenía diez y el otro catorce. No sé. La noche que su esposa murió, los niños lloraron desconsoladamente, pero su padre no se movía, no hablaba; las personas del pueblo fueron a encargarse del funeral y del entierro, pues no hubo fuerza humana que pudiera moverlo de la cama en la que había muerto su esposa. Dicen que estuvo así durante cuatro días. Los niños estaban desesperados, pero la gente del pueblo no los desamparó, algunas señoras les daban de comer, los trataban como si fueran sus hijos. Cuando el señor Joel reaccionó, todo pareció regresar a la normalidad; iba a trabajar y hacía las compras. Los niños se tranquilizaron con el tiempo y siguieron yendo a la escuela. Sin embargo un día dejaron de ir, y los maestros lo notaron. Cuando fueron a buscarlos a su casa Joel dijo que no habían regresado de las escuela desde hacía varios días, y que seguro habían ido a buscar a su mamá, que los había abandonado.-

- pero, ¿a sú mamá?, ella estaba muerta, ¿no?- le dije mientras me limpiaba el helado de los labios.

-claro Naranja, es lo que trato de explicarte, Joel había perdido la noción de esa realidad; sin embargo la mayoría pensaba que hablaba en sentido figurado y que, entonces, los niños se habían suicidado o algo así. Él no dijo nada más, por más que la policía trató de sacarle alguna otra información. Después de algunas semanas de búsqueda encontraron a los niños en el bosque, tiesos ya por el inmenso frío que estaba haciendo. Se declaró que murieron de hipotermia, pero no pudieron encontrar nada que acusara a Joel, pues los niños no estaban heridos, y no había ningún testigo que hubiera visto a Joel obligándolos a ir al bosque. La policía concluyó que los niños habían ido a jugar y que se habían perdido entre tantos árboles al anochecer. Cuando le avisaron de la muerte de sus hijos, Joel apenas suspiró y así, como si nada, siguió con su vida.
La gente dice que poco a poco su estado anímico fue empeorando; no se notaba, porque en el día se veía bastante tranquilo, pero dicen que en la noche se escuchaban sus quejidos, le reclamaba a su esposa el haberlo dejado. Sin embargo de los niños jamás volvió a mencionar nada, no que alguien de por aquí se enterara. -

-Que historia tan macabra, y yo me quejo de mi vida... pero dime de qué hablaban esa vez que venimos, ¿de qué hablaban?- le pregunté acercándome a su cara para lograr una mayor intimidad.

-Eso sí ya no es de tu incumbencia pequeña- me contestó con un tono cariñoso.

- Armaaando- lo jalé del sueter con tono insistente.

-mmm, bueno, quizá te lo diga, pero eso ya será en mi casa, aquí hay demasiados oídos-

Yo sonreí coquetamente para mantenerlo persuadido. Pagó la cuenta y salimos de la heladería. Caminamos unas cuantas calles y llegamos a su casa. Sentí la calidez de un hogar, una calidez que no se sentía en el hospital... (donde sólo hay sábanas frías y una soledad que lo envuelve todo). Encendió la chimenea y pronto el calor comenzó a llenar mi cuerpo. Me senté en la alfombra empolvada frente al fuego y con un gesto lo invité a sentarse también a mi lado. Lo miré impacientemente, esperando que me contara lo que había platicado con Joel, pero él tenía otra cosa en mente. Sentí sus dedos deslizándose en mi cuello, y comprendí lo que deseaba; así que una vez más, en ese baile incesante, desnudamos nuestros cuerpos al calor del fuego ardiente y le entregamos sus ofrendas a Venus, que tanto había esperado ya.

viernes, 28 de enero de 2011

Preguntas, regalos "nuevos amigos"


No es sencillo tomar una decisión tan importante como quedarse o partir…

No es precisamente que tuviera miedo, tampoco ansiedad. La verdad el suceso fue impactante, pero nada no pudiera manejar: la vida y la muerte son sólo fases de una misma cosa. Jamás pensé que yo sería capaz de hacer algo así… puedo llegar a enojarme, pero disparar ya es diferente. Lo más extraño es que no estaba enojado, tampoco tenía miedo, pero no puedo decir que estuviera del todo consciente, fue como un simple reflejo, como cuando el doctor te pega en la rodilla y tu pierna se mueve: de cierta forma sabes que se moverá, pero no puedes evitar que se mueva. “No fue tu culpa” me dijo el Dr. Smith. ¿No lo fue? Me pregunto… Lo más extraño no fue sólo que me eximiera de la culpa, sino que me incitara a quedarme en el hospital. Eso me hace sospechar lo peor…

Por otro lado, sabía que las cosas no podrían simplemente quedar así, que no sería tan sencillo como “siga con su trabajo y sea feliz”. Sabía que no podría salvarme de un interrogatorio judicial, fuera si decidía quedarme o si prefería partir. Yo no entiendo del todo las leyes, pero mi abogado argumentó “legítima defensa” y al parecer será más que suficiente para evitarme problemas judiciales. Por otra parte, aún se está peleando la suspensión o no de mi cédula. Aún tengo que presentarme a juicio, al parecer se programó dentro de dos semanas. Mientras tanto puedo permanecer aquí y “continuar mi trabajo”, al menos hasta que haya un veredicto. Sin embargo, parece que los abogados del Dr. Smith saben hacer muy bien su trabajo, el mismo doctor me ha dicho que no tengo nada de qué preocuparme, que todo marchará bien y que por favor continúe normalmente mis actividades. Esto último es lo que se me ha hecho más sospechoso y lo que me ha hecho dudar más de quedarme.

Entre tanto conocí a otro paciente. Su nombre es Carlo Kenneth. Por el momento no puedo decir que esté en verdad a mi cargo. El Dr. Paz me ha dicho que mientras se da el juicio sólo podré ver a Tellini y a Nájera. Así que no tengo el expediente de Carlo, simplemente lo conocí, lo vi en el jardín y lo saludé. Entre otras cosas me enteré de que le gustaba dibujar y conseguí que le proporcionaran material necesario para que realizara dicha actividad. También conseguí una pluma para Tellini, no un bolígrafo, supuse que tal vez sería más agradable una pluma, una auténtica pluma de ganso y un tintero, además de hojas especiales para usar ese tipo de tinta.

Además asignaron un nuevo custodio, su nombre es Diego Quijano. Estaba ahí mientras esperaba a Tellini. Me saludó con una cierta sonrisa un tanto amarga. “Supongo que es usted el Dr. Salas” me dijo “yo trabajaré con usted, sobre todo cuando tenga que ver a Espino Tellini”. La idea se me hizo graciosa, sobre todo porque no se cree que Tellini sea agresivo, así que me limité a responder “perfecto, tráigalo aquí, entonces”.

Salió y regresó casi de inmediato con el paciente. Éste se sentó y miró con extrañeza –podría decirse que una mezcla entre fascinación y desdén– el pequeño tintero y la pluma que tenía sobre la mesa para él.

–Son para usted, espero sean de su agrado. –Le dije– cuídelos, no es sencillo que se otorgue un permiso para este tipo de cosas. Si se porta bien, tal vez, periódicamente, pueda yo proporcionarle alguna otra cosa.
–Y ¿qué hay sobre mis medicamentos?
–¿Qué pasa con ellos?
–Me dan varias pastillas, yo no sé para qué son. A mí no me gustaría tomarlos. –Me dijo con un tono tan propio, tan hechizante.
–Por el momento no puedo ayudarlo con eso. Pero espero permanecer aquí el tiempo suficiente para ver que sus dosis disminuyan. Por el momento sólo quería darle estas preseas. Ahora, sea tan amable de salir a los jardines a caminar. Si quiere escribir, hágalo. Yo estaré encantado de leerle si es su voluntad mostrarme.

Tellini sonrió con ironía y luego salió acompañado por un custodio, sin embargo, Diego Quijano se quedó conmigo. Yo quería observar el comportamiento de Tellini en los jardines. Así que salí unos minutos después para poder observar desde las habitaciones superiores. Quijano salió conmigo y me acompañó.

–Señor Quijano –le dije– no considero necesaria su presencia ahora que estoy yo solo.
–Debe ser difícil lidiar con este tipo de personas ¿no? Sobre todo con ese tal Tellini, la verdad yo no creería que está loco, a no ser por su seño desarrapado, aunque más bien creería que es un vagabundo, más que un loco.
–¿Qué es lo que quiere?
–¿No siente usted a veces que estos loquitos le hacen perder la paciencia?
–Mire usted, estoy tratando de hacer mi trabajo, le agradecería mucho que, a menos que tenga algo importante que decirme, se retire de aquí.
–Oiga, usted me cae bien, que tal si le invito unos tragos cuando esté más desocupado.
–Cuando esté desocupado, tal vez. Por ahora no estoy desocupado.
–¿Le molestaría si voy a platicar un rato con su paciente?
–Vaya.

La presencia de ese tal Quijano no me agradaba. “Tomar unos tragos” eso no era para mí, y menos con un completo desconocido. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue que quisiera hablar con Tellini. Me pareció una oportunidad perfecta pare estudiar el comportamiento del paciente y observar al nuevo custodio.

No vi personalmente a Violeta, sólo pedí a la enfermera que me dijera si había algo importante que revisar, me dijo que no, que todo estaba bien. Así que aproveché el tiempo para hablar con el Dr. Paz. “Disculpe” le dije “no entiendo por qué es necesaria la presencia de los custodios con mis pacientes, ¿Por qué no mejor me asignan simples camilleros?” El me miró y luego dijo “El Dr. Smith decidió que siempre debía haber custodios en lugar de camilleros, son sus órdenes”

Lo único que me faltaba, ni siquiera sé para qué quieren a los custodios, si en realidad no sirven para nada más que para importunar mi trabajo. Sin embargo, creo que tendré que acostumbrarme si es que he de seguir aquí. Y ese Dr. Smith, ¿qué tendrá en la cabeza?